Rosa roja de abril.



El veintisiete de abril, día de la Virgen de Montserrat vi, cerca de mi ventana, que una rosa de una tonalidad especialmente roja, del color de la sangre, estallaba a la luz de la mañana.

Me vino a la memoria un cuento de Oscar Wilde, que había leído hacía mucho tiempo: "El ruiseñor y la rosa”. El protagonista es un pájaro, un pequeño ruiseñor, que tiene el nido delante de la ventana de un hombre que se cree poeta y que es desdeñado por la mujer de sus sueños. El ruiseñor, a distancia, sin que lo sepa el pobre poeta, se ha hecho amigo suyo y escucha entristecido sus penas.
Un día se entera de que su amigo será aceptado como compañero de baile por la mujer que ama, a condición de que le ofrezca una rosa roja. Bajo la ventana crece un rosal de flores bellísimas, pero blancas. Es invierno y no es fácil encontrar otro rosal similar de rosas rojas. El ruiseñor que ha hecho suyo el dolor del amigo, vuela a buscar un pájaro que todo lo sabe. Acto seguido le da la respuesta: sólo podrá conseguir rosas rojas en el rosal del poeta, si canta la más vigorosa y bella de sus canciones con el pecho - débil pecho del pequeño ruiseñor - pegado a las espinas del rosal para que sea su sangre la que, mezclada con la savia del rosal, dé color a la rosa. Allá va feliz, el ruiseñor, a abrazarse al rosal. La espina se le clava y le duele. Le duele mucho su pequeño y débil pecho. Y es difícil cantar y gorjear en medio del sufrimiento que le causa. Pero su amigo llora, y el ruiseñor se estrecha más y más contra la espina, y alza, más poderoso aún, el canto en la noche. La rosa empieza a teñirse. La vida nota que se le escapa, pero todavía falta mucho para que coja el color encendido de la sangre. ¡Algo más de dolor! Y cuando la espina llega al pequeño corazón del pajarillo, es cuando éste lanza las más bellas notas. No piensa en su corta vida que se apaga al pie del rosal, sólo piensa en su amigo que mañana, al salir de casa, encontrará bajo la ventana la más roja flor que nunca haya visto.

¡Pobre falso poeta, que nunca sabrá cómo ha llegado a sus manos una rosa tan roja, y pobre pequeño ruiseñor, que no conocerá el fin de su rosa! Ese mismo día, después de ser desdeñado una vez más, el hombre dejará caer la flor en el barro del camino, donde la rosa roja - hecha de canciones de amor y de sangre - acabará pisada por las ruedas de un carro cualquiera.

No sé porque he recordado este cuento. Quizás porque la rosa, símbolo de belleza por sus pétalos, y de dolor y sufrimiento por sus espinas, me ha hecho pensar en la Virgen, Rosa de abril, que vivió y sufrió como nadie el sacrificio de su hijo en la cruz. Seguro que la Madre de Dios, desde el cielo, ruega por todos nosotros para que no sea inútil aquel gran sacrificio, como lo fue el del pequeño ruiseñor.

Esa misma mañana vi como una madre con sus dos hijos cortaban la flor roja del rosal y la dejaban, con delicadeza, a los pies de una imagen de la Virgen de Montserrat.

A punto de comenzar el mes de mayo, tradicionalmente dedicado a la Madre de Dios, deberíamos fomentar en nuestras familias las romerías a alguna ermita o santuario de la Virgen para honrarla como es debido, y pedirle su ayuda en la educación de hijos y nietos: Reina de la familia, ruega por nosotros.


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