Libertad, educación moral y virtudes
El Papa
Francisco en el punto 267 del capítulo 7º: “fortalecer la educación de los
hijos”, de la exhortación apostólica “Amoris Laetitia” nos relaciona la
educación moral con la libertad:
“La libertad es algo
grandioso, pero podemos echarla a perder. La educación moral es un cultivo de
la libertad a través de propuestas, motivaciones, aplicaciones prácticas,
estímulos, premios, ejemplos, modelos, símbolos, reflexiones, exhortaciones,
revisiones del modo de actuar y diálogos que ayuden a las personas a
desarrollar esos principios interiores estables que mueven a obrar
espontáneamente el bien. La virtud es una convicción que se ha trasformado en
un principio interno y estable del obrar.”
El Papa Francisco da una gran importancia a la educación de
hábitos y costumbres que se traducen en comportamientos buenos y permanentes
(virtudes), con los que se interiorizan los grandes valores que nos harán
verdaderamente libres. La adquisición de virtudes nos hace libres para obrar el
bien.
En un punto anterior, el 266, nos dice:
“Es necesario
desarrollar hábitos. También las costumbres adquiridas desde niños tienen una
función positiva, ayudando a que los grandes valores interiorizados se
traduzcan en comportamientos externos sanos y estables.”
Nos está hablando de virtudes, de la habituación práctica que
suponen estos hábitos operativos buenos que se convierten en un modo de hacer bueno y estable.
En este mismo punto 266 explica la necesidad de esta
habituación práctica:
“Alguien puede tener sentimientos sociables y una buena disposición hacia los demás, pero si durante mucho tiempo no se ha habituado por la insistencia de los mayores a decir « por favor », « permiso », « gracias », su buena disposición interior no se traducirá fácilmente en estas expresiones.”
“Alguien puede tener sentimientos sociables y una buena disposición hacia los demás, pero si durante mucho tiempo no se ha habituado por la insistencia de los mayores a decir « por favor », « permiso », « gracias », su buena disposición interior no se traducirá fácilmente en estas expresiones.”
Con estas palabras claves, a utilizar frecuentemente en la
vida familiar, nos hace ver como la adquisición de virtudes se basa en la
insistencia en las múltiples situaciones ordinarias de la vida diaria. Los
padres han de tener claro que educan fundamentalmente en las cosas pequeñas, en
los detalles del día a día. Es donde nos jugamos la educación y la felicidad de
nuestros hijos. Además, han de enseñar a querer y apetecer el bien por encima
de cosas como el placer, el poder, la comodidad, el éxito,…
Esta es la doble tarea de los padres para la correcta
educación de la voluntad, como lo resume el Papa Francisco en el punto 264: “La tarea de los padres incluye una
educación de la voluntad y un desarrollo de hábitos buenos e inclinaciones
afectivas a favor del bien.”
I en el punto 266: “El
fortalecimiento de la voluntad y la repetición de determinadas acciones
construyen la conducta moral, y sin la repetición consciente, libre y valorada
de determinados comportamientos buenos no se termina de educar dicha conducta.
Las motivaciones, o el atractivo que sentimos hacia determinado valor, no se
convierten en una virtud sin esos actos adecuadamente motivados.”
“La vida virtuosa, por
lo tanto, construye la libertad, la fortalece y la educa, evitando que la
persona se vuelva esclava de inclinaciones compulsivas deshumanizantes y
antisociales. Porque la misma dignidad humana exige que cada uno actúe según
una elección consciente y libre, es decir, movido e inducido personalmente
desde dentro.”
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