Un proyecto común
Nuria y Borja
Este escrito va dirigido a todos los que, como vosotros, habéis tomado la fantástica decisión de contraer matrimonio, uniendo vuestras vidas en un proyecto común.
Salís de vuestras respectivas familias para hacer realidad la propia vocación de vida, formando un nuevo núcleo familiar.
Os habéis conocido y querido y, por ello, porque os amáis y os queréis amar más aún, habéis decidido entregaros mutuamente y uniros en el vínculo matrimonial. Libertad y vínculo pueden parecer palabras opuestas. Para los que aman no lo son. De hecho, la libertad la tenemos para comprometernos en lo que queremos. Es verdaderamente libre quien es capaz de comprometerse. Y sólo se puede comprometer en algo o con alguien, el que es verdaderamente libre.
Esta unión a la que os comprometéis, el matrimonio, se arraiga en la complementariedad natural que existe entre el hombre y la mujer, se alimenta de la voluntad personal de compartir todo un proyecto de vida basado en la estimación que os tenéis , en el amor.
El amor, lo sabéis, es exigente. El amor conyugal también lo es. Sus características que lo hacen diferente de cualquier otro unión son la entrega mutua y recíproca entre un hombre y una mujer, excluyente (fidelidad), fructífero (abierto a la vida) y para siempre (indisolubilidad). Su belleza radica precisamente en el hecho de ser fiel a estas características, porque es de esta manera que constituye un verdadero bien para los dos, que irradiaréis, porque el bien es difusivo, a los demás.

El matrimonio para los bautizados es una auténtica vocación sobrenatural, sacramento grande a través del cual recibiréis la acción de Dios para ayudaros a vivirlo bien.
Amar, como un acto de la voluntad libre, implica, no lo olvidéis, renunciar. Renunciar a uno mismo para el bien del otro. Cuando un hombre y una mujer porque se quieren deciden compartir sus vidas y dar forma a un proyecto común, deberán renunciar, de alguna manera, a su proyecto personal. No es que este proyecto personal quede anulado, sino integrado en aquel otro común, y esto supone adecuarlo convenientemente. Y es precisamente en esta adecuación que el proyecto personal se enriquece y adquiere toda su plenitud.
Vuestro hogar será luminoso y alegre si cuidáis los detalles.
-Trataros siempre con respeto y con delicadeza. Delicadeza que no está reñida con la absoluta confianza que os tenéis. No reservéis los detalles de cortesía en el trato sólo para los demás. Las palabras mágicas: por favor, gracias, perdón, deben ser habituales en vuestro hogar.
-Explicaros las cosas, escucharos. Que el trabajo de cada uno no sea un mundo secreto por el otro. Compartid ilusiones, aficiones, alegrías, preocupaciones..., la vida.
-Hablad siempre bien de la familia del otro. Pensad que los lazos de sangre son muy fuertes.
-Ayudaros a ser mejores, porque este es el verdadero sentido del amor.
-Buscad comprenderos mutuamente. Comprended lo que le pasa al otro, su estado de ánimo...
-Sed pacientes. Aprended a amar lo que os molesta del otro pero que también forma parte de la persona que habéis escogido para amar.
-Pedid perdón y perdonaros siempre. Rechazad cualquier tipo de rencor entre vosotros.
-Que la sonrisa sea moneda de cambio habitual y haced de vuestro hogar un lugar de paz.
-Cuidad de aquellos detalles materiales que hacen agradable un hogar y facilitan la convivencia: el orden, la limpieza, el horario...
-Abrid la casa a los amigos porque el amor que os tenéis no se agote solamente entre vosotros sino que lo hagáis partícipe a los demás.
-Que os podáis mirar siempre a la cara y deciros con sinceridad que os queréis!

Y si con el paso de los años podéis dar estos consejos y augurios a un hijo vuestro tendréis la sensación, os lo aseguro, que este proyecto común de vida que iniciáis habrá valido la pena, y aún más: seréis extraordinariamente felices.

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