Virtudes: 9 - Educar la generosidad no es perder el tiempo


Educar la generosidad, no es perder el tiempo.


A veces contemplamos padres que habiendo dedicado su vida a la educación de sus hijos de una manera generosa y entregada, o que habiendo estado en el trabajo ejemplos de servicio y de lealtad a una empresa, en cambio, en el proyecto educativo que hacen para sus hijos, no tienen en cuenta estas virtudes de generosidad y espíritu de servicio que ellos viven y que les han hecho felices, y buscan casi exclusivamente el éxito, las buenas notas, el ingreso a la mejor universidad, el hacer una carrera rentable, aconsejan trabajos bien remunerados y cómodos sin mucho compromiso... olvidando aquellos aspectos imprescindibles de generosidad y entrega, como si los vivieran a regañadientes.

Son padres que cuando se les propone que sus hijos se comprometan a dedicar parte de su tiempo a los demás, en alguna tarea de servicio desinteresado a la sociedad, a los más pequeños o a los más necesitados, ayudar en catequesis parroquiales, hacer de monitores en actividades extraescolares, participar en actividades asistenciales... o simplemente ayudar en su casa, les parece que, así, pierden el tiempo. "Tienen la clase de idiomas", o "es mejor que estudien" suelen decir. Y no se dan cuenta que les están ayudando mal. Les están evitando la posibilidad, ni más ni menos, de ser felices. Padres que valoran la rentabilidad del tiempo de sus hijos sólo por los idiomas aprendidos, habilidades desarrolladas, conocimientos adquiridos en una u otra materia. Deberíamos decirles: ¡Os estáis equivocando! ¡Educar la generosidad no es perder el tiempo!

Todas estas cosas por las que luchan están muy bien, pero si no dedican los mismos esfuerzos a enseñar y promover la generosidad, el espíritu de servicio, si no procuran que conozcan ambientes donde se tiene en cuenta la atención y preocupación por los demás (nuestro propio hogar por supuesto, pero, también ayudándose de grupos o clubs juveniles adecuados donde se viven estos valores), convertirán a sus hijos en unos egoístas que no serán capaces de ser felices ellos ni de hacer felices a quienes les rodean, hoy, y el día de mañana cuando formen su propio hogar.

Tenemos que empezar en nuestra propia familia. Debemos evitar que nuestros hijos estén sólo rodeados de ideales chatos, de ilusiones mediocres, de aspiraciones superficiales. Las palabras servicio, ideales, deben figurar en nuestro vocabulario usual y deben estar presentes en el ambiente familiar. Si en la familia sólo se tiene la obsesión del bienestar, la comodidad, del confort, se propicia la asfixia en la mediocridad que terminará ahogando cualquier aspiración o ideal de altura, y el materialismo impregnará las relaciones de unos con los otros.

Por el contrario se ha de mostrar con oportunidad a los niños, a las niñas, la existencia de los que sufren, de la humanidad sufriente y necesitada, para que se den cuenta que en su horizonte haya algo más que ellos mismos. Se fomentarán sentimientos de ayuda y de servicio, de preocupación por los demás. Esto no es imposible porque el niño, la niña, quiere ayudar, quiere servir, aspira a sentirse útil y colaborar con los que le rodean, aunque al mismo tiempo se siente atado por la pereza que le impide mover un dedo por otra persona. Motivar y promover estos sentimientos nobles, es propio de la educación de la generosidad.

Se debe dar la oportunidad de servir, aunque los servicios que puede dar un niño puedan parecer innecesarios o pueda hacerlos uno mayor, mejor y con más eficacia.

Hay que hacerles descubrir la alegría que acompaña a los pequeños servicios hacia los demás, la alegría de dar y darse. Y así serán alegres y felices, porque el niño, la niña, que suele preferirse en todo a él mismo acaba solo o mal acompañado. Como decía R. Tagore: "La vida nos da y la merecemos dándola".

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