Educar: 7 - Una tarea difícil y delicada

Una tarea difícil y delicada

Los padres, con la educación de los hijos tenemos encomendada una tarea difícil y delicada.

Es una tarea difícil porque el niño/a es un terreno dispuesto tanto para el bien como para el mal. En él, como en toda persona, existen tendencias malas que es necesario neutralizar, y otras buenas, que hay que descubrir, sostener y animar.

Es una tarea difícil porque no se realiza a menudo en las mejores condiciones. Los horarios de trabajo fuera de casa, las pocas ayudas de que se dispone, el espacio reducido, muchas veces, de los hogares, complican las cosas y no proporcionan ni el tiempo ni la calma necesaria para pensar en los problemas educativos, que van apareciendo sin haberlos previsto.

Es difícil, porque no hay método universal ni receta infalible. Existen algunos principios de sentido común, y la experiencia, que permite corregir, aunque muchas veces tarde, algunas actitudes equivocadas. Al revés que en otros oficios, los padres, cuando tenemos experiencia es cuando nos quedamos sin trabajo. Además, cada niño/a es un mundo aparte que está en continua evolución y que requiere adecuar el trato que se le da.

Es difícil, porque no es nada fácil comprender al niño/a el chico/a, ni saber que pasa en su interior. Sus reacciones son imprevisibles y, a veces, las repercusiones de una palabra o de un incidente al que no hemos dado ninguna importancia, pueden tener mucha.

Es una tarea delicada, porque pequeños errores en la dirección o rumbo, casi imperceptibles los primeros años, pueden conducir a situaciones de difícil salida al cabo de un cierto tiempo.

Es delicada, porque las condiciones con que se educa hoy son muy diferentes de cuando nos educaron a nosotros. El mundo evoluciona a un ritmo trepidante y las condiciones de vida han cambiado mucho. Si no vamos con cuidado, la fosa de separación entre generaciones puede representar una dificultad añadida.

La tarea es delicada, porque conlleva a la vez, amor y exigencia, bondad y firmeza, paciencia y decisión. Y estas cualidades complementarias parecen a menudo contrarias y exigen del educador corazón, sentido común y equilibrio.

Por tanto, como la tarea es difícil y delicada, es necesario ponerse en guardia contra todo tipo de desánimo y pesimismo. Es cierto que no hay recetas universales y no hay dos niños iguales, pero hay unos principios generales que, si los sabemos aplicar, nos podemos evitar muchos desengaños.

Tendremos que esforzarnos por conocer estos principios, que son fruto de la experiencia, de la observación y del estudio de la naturaleza psicológica del niño/a, y que nos darán pautas de funcionamiento en las diversas etapas del crecimiento. Para ello, podremos leer libros adecuados que nos transmitirán estos conocimientos y experiencias.

Podremos pedir ayuda a expertos, pero no podremos desentendernos de la educación de nuestros hijos. Tendremos que dedicar tiempo para plantearnos las acciones a realizar y anticiparnos, así, a posibles problemas. Sentiremos la necesidad de aprender y poner nuestra inteligencia y capacidad de reflexión en funcionamiento.

La educación es una ciencia y un arte de los más difíciles y delicados. Y es, también, una de las misiones más bellas que tenemos encomendadas los padres.

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