Proveedores de recuerdos
En “Los hermanos Karamazov”, Dostoievski, al
final de su obra, pone en boca del pequeño de los hermanos, Alioscha, las
siguientes palabras:
“Sabed que no hay nada más noble, más fuerte,
más bueno, más sano y más útil en la vida que un buen recuerdo, sobre todo si
procede de la infancia, de la casa paterna. (…) un recuerdo santo conservado
desde la infancia, es quizás la mejor educación. Si se hace provisión de tales
recuerdos para toda la vida, se está definitivamente salvado. E incluso si no
conservamos en el corazón más que un buen recuerdo, puede servir un día para
salvarnos.”
Aunque el discurso de Alioscha va dirigido a
niños, bien valen estas palabras para que los padres reflexionemos sobre ellas.
Forma parte de la misión de los padres ser
proveedores de buenos recuerdos. Deberíamos preguntarnos qué recuerdos de
infancia hemos dejado, o estamos dejando en nuestros hijos, y cuales les servirán positivamente para cuando sean mayores. Plantearnos si
sabemos darles una buena provisión de buenos recuerdos.
Si tenemos ya hijos mayores podemos
preguntarles que recuerdos guardan. Yo lo he hecho, con la idea de recabar
ayuda para escribir este artículo. Me he aventurado a preguntar por WhatsApp a
mis nueve hijos, entre 35 y 48 años, qué recuerdos positivos guardan de la
infancia o adolescencia, de sus padres o del entorno familiar, y que les hayan
servido.
Paso a sacar algunas conclusiones de sus
respuestas.
-Sus recuerdos son concretos. Actividades
concretas en familia, o particulares con cada hijo. No hay que esperar que recuerden como has fomentado el hábito de
trabajo, de sobriedad, de fortaleza,… Recuerdan hechos concretos que pueden
haber influido en alguna de estas virtudes, pero hemos de ser conscientes que
los hijos aprenden a través de hechos concretos que realizamos en familia, o
con cada uno de nuestros hijos en particular. Es quizás una perogrullada
recordarlo, pero a veces olvidamos que lo abstracto necesita de hechos
concretos vividos con coherencia.
-Estos recuerdos son muchas veces detalles
que los padres somos incapaces de recordar pero que quedaron grabados en su
memoria para siempre. Esto hace pensar la importancia que puede tener cualquier
cosa de las que decimos o hacemos.
-Las actividades familiares que recuerdan son
diversas y no muy coincidentes. Lo que
pone de manifiesto la distinta sensibilidad de nuestros hijos. No deberíamos
olvidarlo, procurando cubrir distintos aspectos: deporte, cultura, naturaleza,…
-Recuerdan algunas situaciones o actividades
extraordinarias, pero sobretodo actividades sencillas que se convirtieron para
ellos en extraordinarias y de las que guardan un recuerdo entrañable. Se trata,
pues en gran manera, de saber hacer importante lo sencillo y extraordinario lo
ordinario: el aperitivo del domingo, la visita de los abuelos, excursiones en
sábado, los domingos por la mañana en la cama de sus padres, salir en bicicleta
con uno,…
-No recuerdan ni lo más caro, ni lo más
sofisticado, sino lo más divertido (que a veces va acompañado con una cierta
escasez de medios), porque para pasarlo bien no se necesita mucho, se necesitan
ganas de pasarlo bien. También recuerdan aquello que supuso cierta dificultad o
incluso cierto peligro, o aquel disgusto o enfado superado con el cariño mutuo
entre padres e hijos…
-Especial relevancia tiene aquel recuerdo de
él o ella solo con sus padres, o solo con su madre o con su padre. En una familia numerosa es importante proveer
de recuerdos en el que el hijo se siente único, teniendo su momento especial.
Es importante el trato personal con cada uno de nuestros hijos y proveer de
recuerdos concretos para ello. Una de nuestras hijas recordaba el postre de la
primera cena de aniversario, ¡de ella sola con sus padres!
Plantearse como proveer de buenos recuerdos
puede llevarnos a pensar que debemos planificarlos, y efectivamente alguna cosa
habrá que pensar, pero insisto en que más que ver qué novedad podemos hacer, se
trata de ver que lo que hacemos tenga un valor de novedad.
Pensemos que “cada día de nuestras vidas
hacemos depósitos en los bancos de memoria de nuestros hijos” (Charles R. Swindoll).
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