Cuento de Navidad: ¿Es posible matar el amor?

 

A una taberna de mala muerte se reunieron todos los vicios y defectos del mundo.

La infame reunión estaba presidida por la soberbia, la peor de todas. Iba vestida toda ella de negro. Botas negras y uñas pintadas del mismo color. Contrastaba con la palidez de su piel, como si fuera la misma muerte.

-Os he hecho venir aquí -comenzó diciendo- con el único objetivo de conseguir matar el amor.

Se hizo un instante de silencio, seguido de un rumor de asentimiento. Todos y todas le tenían ganas. ¡Tantas veces habían tenido que sufrir su influencia! ¡Ya no podían soportarlo más! Se miraron entre ellos, hasta que uno se adelantó y se ofreció para llevar a cabo esta misión tan espantosa, pero necesaria. Era el odio.

-Os lo traeré bien muerto. No quedará ni una pequeña chispa de su alma. Meteré dentro de sí un sentimiento tan fuerte de desprecio, que no podrá soportarlo. Dejadme una semana y nos volvemos a encontrar aquí, en la taberna.

Efectivamente, después de una semana estaban de nuevo todos reunidos y ansiosos de noticias. Entonces entró el odio, pero se le veía derrotado. No lo había conseguido. ¡Qué fracaso! Y ahora que haremos -se decían entre ellos. Nadie osaba hablar y se miraban avergonzados. Hasta que se oyó la voz de la impureza. Hablaba de manera seductora y dijo:

-No os preocupéis, ya veréis como caerá en mis brazos fascinado por mis encantos. Se levantó y salió decidida con su andar provocativo.

Pasó otra semana y los vicios y defectos se volvieron a encontrar. Esperaban con inquietud la llegada de la impureza. ¿Lo habrá conseguido? -se preguntaban. Pero cuando la vieron entrar, se dieron cuenta, enseguida, que tampoco había conseguido nada.

Y así salieron uno tras otro a intentar matar el amor: la pereza, el orgullo, la gula...

Pero ninguno de ellos lo logró. Cada vez, en el último momento, el amor lograba salir triunfador.

Estaban pues, otra vez en la taberna, maldiciendo su mala suerte, desanimados y sin ganas de juerga, hasta que se presentó un personaje misterioso entre ellos. Iba todo él vestido de gris. Con su andar lento, parecía que arrastrara las piernas. Su voz era monótona y sin ningún tipo de énfasis. Poniéndose en medio de la reunión dijo sin levantar la voz

-¿Me dejáis probarlo a mí?

-¿Quién eres? Y, ¿cómo sabemos si tienes alguna posibilidad?

-Mi nombre no importa. Yo no soy nadie. Dejadme que vaya a buscar el amor y acabaré con él.

No se fiaban demasiado porque ya habían oído otras veces esta frase. Pero como no tenían otra opción, le dejaron ir.

Salió con tan pocas ganas que nadie pensó que conseguiría nada.

Pero después de diez días llegó la noticia de que el Amor había muerto. Todos los vicios y defectos estaban entusiasmados con la buena nueva. Todos recordaron la figura del misterioso personaje ¿Quién era aquel que había conseguido lo que nadie, antes, lo había hecho posible?

Al final se supo su nombre: la RUTINA.

Pero la rutina no podía haberlo hecho sola. En realidad ella no es ni un vicio ni un defecto, incluso para algunas cosas es necesaria. La rutina estaba instalada en casa del amor y estaban acostumbrados a convivir juntos, sin demasiados problemas. Pero, poco a poco, tal vez sin que el amor se diera cuenta, la rutina dejó entrar algunos amigos indeseables: la indiferencia, el desinterés, el tedio... entonces el amor se fue, poco a poco, adormeciéndose  y ahogando, y al final... dejó de respirar.

El funeral del amor tuvo lugar sin pena ni gloria. Llovía y hacía frío. Fue todo muy rápido y, en un santiamén, se acabó. Cada uno de los presentes se volvió por donde había venido. La generosidad, la sencillez, la alegría, la humildad, el desprendimiento... todos marchaban en silencio y con la cabeza baja. No faltó nadie. También estaba la comprensión, el espíritu de servicio, la paz... y muchos más. Ahora que faltaba el amor, no tenía ningún sentido seguir juntos. Decidieron que cada uno hiciera su camino confiando en que la suerte les acompañaría.

El mundo cayó en la más oscura de las tinieblas. Todos los vicios y defectos, pecados y corrupciones, iban haciendo destrozos en las almas que iban encontrando. Se instauró la ley de la iniquidad. El bien era perseguido y, a menudo, se tenía que esconder dentro de las personas. No se podía manifestar de ninguna de las maneras. Y así, poco a poco, todo se fue quedando aburrido y triste.

La gente ya no reía. Iban con prisa. No se paraban para preguntarse unos a otros cómo les iba. Como mucho, salían conversaciones con monosílabos. No se perdonaban, y se tenían mucha envidia. Ya no se hacían favores. Cada uno miraba por sus propios intereses. La alegría se fue marchando...

Y pasó el tiempo. El tiempo: este amigo nuestro que todo lo arregla...

... Y entonces, fue cuestión de un instante! Una señal pequeña,... ¡muy pequeña! ... apareció de pronto en el firmamento. Y era tan y tan pequeña, que no se sabía cuándo había aparecido. El instante se convirtió en un momento, y éste en un rato... Y la señal en una chispa, y ésta en una pequeña luz que se instauró en el firmamento. Parpadeaba y parecía como si quisiera hacerse grande, ¡muy grande!

Por fin se convirtió en una estrella que se puso en camino. Recorrió todas las regiones conocidas en busca de las virtudes que estaban esparcidas, escondidas, con miedo... Las fue encontrando una a una. Enseguida se hizo con la generosidad, que sin pensarlo dos veces la siguió. Y más allá apareció el esfuerzo que hizo lo mismo. Y de todos los puntos cardinales se empezó a generar un movimiento virtuoso que iba siguiendo aquella estrella.

De repente se detuvo en un lugar concreto. Y se fueron encontrando todas las virtudes. La comprensión, se abrazó con la disculpa. Más allá llegaban cogidas de la mano la sencillez y la autenticidad. ¡Cuánto tiempo hacía que no se veían! Lloraban de alegría, que por cierto estaba en medio de todas ellas, Y después de mucho tiempo se volvió a oír reír.

Pero sólo faltaba uno: el amor. Qué contraste tan grande. Todas ellas juntas de nuevo, pero faltaba el eje, el quicio. Lo que siempre las unía. Todas pensaron lo mismo: ¡faltaba el amor!

Y sin saber cómo, en un instante, se dieron cuenta que cerca de donde se habían reunido había una cueva iluminada, de manera sorprendente, por la luz de la estrella. Se fueron acercando conmovidas, con la sensación de que algo grande estaba pasando. Y allí, en un establo, en medio de una chica muy bonita y un joven apuesto, lo descubrieron: ¡el AMOR los sonreía!

FELIZ NAVIDAD!!!!!

A menudo es cuestión sólo de un instante, darse cuenta del bien que se puede hacer con amor. En un instante puede llegar la comprensión. En un instante puede salir la disculpa. En un instante se puede perdonar o se puede recibir el perdón. ¡Se pueden hacer tantas cosas buenas en un instante! ¡Se pueden hacer tantas cosas!...si uno se deja llevar por el AMOR.

¡No lo desperdiciemos !!!


Comentarios

Entradas populares de este blog

Virtudes: 11 - Espíritu de servicio

Objetivos: 7 - El valor de la amistad en los hijos

Virtudes: 16 - Tono humano