Objetivos: 4 - Derechos y deberes

             Derechos y deberes

     Si nos preguntáramos qué deseamos para nuestros hijos podríamos darnos esta respuesta: que alcancen un grado de madurez que les permita ejercer bien su libertad.
     Sería un objetivo educativo que probablemente firmaríamos todos y que podría resumir la misión que los padres tenemos encomendada para nuestros hijos.
     Pero, ¿qué es eso de la madurez? ¿En qué consiste? ¿Cómo se nota que se consigue?
     Un indicador del grado de madurez lo podemos encontrar en el binomio derechos-deberes.

    
Un niño sólo tiene derechos. Tiene derecho a que se le dé la comida, que se le cambien los pañales... y no tiene ningún deber. A medida que va creciendo, van apareciendo algunos deberes: debe ir a la escuela, debe ayudar en casa... Poco a poco en este binomio los deberes van desplazando los derechos. A una cierta edad, quizá en la cima de la madurez, uno puede tener la sensación, no del todo ecuánime, que sólo tiene deberes y que no le queda mucho tiempo, ni mucho espacio, para sus derechos. También es cierto que, a partir de una determinada edad, cuando se deja la madurez para ir hacia la vejez, el proceso se invierte, de manera que se puede acabar la vida, aquí en la tierra, al igual que se empezó: con muchos derechos y ningún deber.
     Planteadas las cosas así, podríamos pensar que esto de la madurez es un mal asunto, porque parece que es más gratificante tener derechos que deberes. De hecho, es frecuente ver manifestaciones en que se exigen los primeros y, en cambio, no es nada fácil ver que se reclamen los segundos.
     La sustitución de unos por otros, que tiene lugar durante el proceso que lleva hacia la edad madura, tiene que ver con la capacidad de la persona humana para salir de ella misma y abrirse a los demás.
     Tiene que ver con la diferente
manera de conjugar los verbos. Un niño suele hacerlo en primera persona del singular, "yo", cuando descubre la amistad o cuando se enamora, aprende a conjugar el "tú", más adelante, cuando decide compartir la vida con quien ama, el "nosotros "y cuando llegan los hijos, el" vosotros”.
     Tiene que ver, en definitiva, con la posibilidad de ser feliz que consiste más en dar que en recibir.
     Llegamos, pues, a la conclusión de que la madurez, es decir, la plenitud de la vida humana, está ligada a la capacidad de pensar en los demás (generosidad) y a la posibilidad de adquirir deberes (responsabilidad).
     Si queremos preparar a nuestros hijos para alcanzarla deberemos tener presentes estos dos aspectos y ejercitarlos en ellos. No evitaremos el cumplimiento de los deberes propios a cada edad y fomentaremos la preocupación... y la ocupación por los demás.
     Frases como: "pobrecitos ya tendrán tiempo de tener preocupaciones cuando sean grandes", o "que se lo pasen bien ahora que pueden y son jóvenes" no les ayudarán a madurar ni a ser felices.

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