Cuento de Navidad: Una decisión importante


Hacía mucho frío. El rigor del invierno, recientemente iniciado, se dejaba sentir con más crudeza que otros años. Salía del trabajo para ir hacia su casa. Caminaba ensimismado en sus cosas, en sus problemas.

El coche que le gustaba y quería comprarse, un modelo confortable y rápido, costaba un poco más de lo que podía gastar en aquel momento. No podía llegar a todo. Hacía poco habían cambiado los muebles de salón y se había comprado un equipo de música de calidad. No quería liarse con créditos, ya tenía bastante con la hipoteca de la casa. Una casa que era la envidia de muchos conocidos suyos. La mujer, sin embargo, ya le había anunciado que quería hacer obras en la cocina. Tendría, también, que darle dinero para los gastos extras de las fiestas que se acercaban y para los regalos de reyes de los niños. De todo ello se ocupaba ella. No quería más problemas, ya tenía bastantes. Por cierto, tenía que encargar a la secretaria que comprara un regalo para su mujer. ¡Otra gasto más!

Pero los problemas no eran solamente el dinero. Esa misma tarde le había telefoneado su mujer. Había ido al colegio de sus hijos y le habían dicho que el mayor no rendía en los estudios, que necesitaba una atención especial y que le controlaran el trabajo en casa. Si hubiera ido él a hablar con el profesor, no se lo hubiera dejado decir eso. ¿Por qué, sino, estaba el colegio? Entre semana, él no podía ocuparse de sus hijos. Llegaba muy tarde a casa, y cansado. Y los fines de semana no eran para eso. ¡Sólo faltaría! ¡Ya sabía él lo que tenía que hacer! Le pondría un profesor particular y le prometería una moto si aprobaba el curso.


Todo eso le ponía de muy mal humor. Trabajaba de la mañana a la noche con todo tipo de problemas. Además, la multinacional de la que dependía su pequeña empresa le obligaba a hacer unos cursos de "marketing". ¡Estaban cargados de historias! Hacía veinte años que estaba metido en aquel trabajo y nadie le podía enseñar nada. ¡Ah! ... y el coste del curso, ¡a sus espaldas!

                                                                                 *
Iba ensimismado en estas cavilaciones hasta que se dio cuenta de que no seguía el camino habitual que le llevaba a su casa. No entendía lo que había pasado pero se encontraba en un lugar desconocido. Por extraño que pudiera parecer no sabía dónde estaba. Ante él, un camino larguísimo que parecía interminable se perdía en el horizonte. En sus bordes unos árboles pelados y nada más, ni una casa. El paisaje era desértico y solitario. No se veía un alma en ninguna parte.


Se estaba preguntando cómo había perdido el camino cuando de pronto oyó ruido detrás de él. Un personaje pintoresco era el culpable. Llevaba unos pantalones anchos y una larga chaqueta atada con un cordel. Todo de color rojo. En la cabeza un gorro, también rojo, donde llevaba pegados unos cascabeles que sonaban constantemente acompañando su andar. Todo ello, una absurda imitación de papa Noel. Era ya mayor. Una poblada barba blanca, quizá falsa, daba una especial afabilidad en su rostro. Sonreía. Caminaba ligero a pesar de su edad y corpulencia. Trajinaba un carrito lleno de objetos extraños.

Se le acercó. Iba a preguntarle si sabía dónde se encontraban, cuando el viejo empezó a hablarle.
"Me alegra ver a alguien en este lugar. No es nada frecuente. Tomo a menudo este camino para ir a casa de mi hija y no encuentro a nadie. Me están esperando, ¿sabe? Me visto así para mis nietos porque les hace ilusión. Saben de sobra que soy yo, pero les hago regalos como si no me conocieran. Mire, tengo el carrito lleno. No me ha costado mucho dinero porque no tengo. Los he hecho yo, pensando en lo que les puede gustar y lo que les conviene a cada uno de ellos. ¿Ve? Esto es un trineo. Donde viven hay dos palmos de nieve todo el invierno. Lo he hecho con unas maderas viejas que he pintado yo mismo. Ha quedado como nuevo, ¿verdad? Y esto otro es... "

Al ver la cara de asombro de su interlocutor, concluyó: "Mire, déjeme decirle una cosa, cuando se llega a cierta edad, como he llegado yo, se debe tomar una decisión importante en la vida: elegir entre convertirse en un viejo gruñón o en un abuelo encantador. "

                                            *
No sabía porque, pero esa última frase del viejo loco no se la podía quitar de la cabeza. Parecía como si le hubiera querido decir algo. ¿Una decisión importante?

¿Decidir qué? ¿Decidimos realmente nuestra vida? No son los eventos, ¿los que nos llevan por donde quieren? Las situaciones en que nos encontramos, ¡no dependen sólo de nosotros! Los hay que no deseamos. Pero, tal vez son las actitudes ante ellas ¿las que dependen exclusivamente de nosotros? Entre un viejo cascarrabias y un abuelo encantador, ¿qué diferencia hay? Probablemente la respuesta personal que se da a una determinada situación de edad, familiar, de trabajo...

¿Respuesta personal? ¿Cuántas veces necesitamos darla en la vida? ¿Cuántas veces tenemos que elegir entre dos opciones opuestas, como las que decía aquel viejo? Quizás... ¿cuándo elegimos entre convertirnos en un burgués anclado en su comodidad o en una persona ilusionada en algún proyecto nuevo? ... o quizás... ¿cuándo elegimos entre pensar que ya lo sabemos todo o que se puede aprender todavía mucho? ... o ¿entre abocarnos sólo al trabajo buscando dinero y posición, o dedicarnos también a la familia? ... o ¿entre satisfacer los propios caprichos o atender necesidades de los demás?

La respuesta se mueve muchas veces entre el egoísmo y la generosidad, entre luchar por ser mejores haciendo el bien a nuestro entorno, o no complicarnos la vida. Y ¿cuántas veces en la vida tenemos que tomar una decisión así? Algo le decía que no sólo cuando se llega a una cierta edad, ni tampoco de vez en cuando, sino más a menudo. Quizás cada día... quizás varias veces al día.

Pero lo verdaderamente importante es ser feliz. Él, ¿lo era? Aquel viejecito lo parecía feliz. Mucho más que él mismo. Quizá no era tan loco como parecía... de hecho para sus nietos debería ser un abuelo encantador y adorable.

Y si le preguntara... A propósito... ¿dónde estaba?

                                                                                   *
Levantó la cabeza y se encontró en la calle conocida que lo llevaba a su casa. Aquel extraño paraje y su pintoresco personaje habían desaparecido.


Le sorprendió, quizá por contraste, la luminaria y los motivos navideños con los que estaba engalanada su calle. Probablemente hacía días que lo estaba pero no se había dado cuenta hasta ahora. Había mucha gente que iba y venía. Muchos, con paquetes en las manos. Unos, los que caminaban solos, lo hacían deprisa para llegar a casa. Otros, paseaban con la familia mirando escaparates. Los que se conocían se saludaban y deseaban unas felices fiestas. Por los altavoces, colgados en las farolas, llegaban las notas de un villancico tradicional.

Se detuvo ante un escaparate en el que había un Nacimiento. ¿Habían puesto el belén en casa? Aquellas figuras que había contemplado muchas veces, desde pequeño, parecía que querían decirle algo diferente, nuevo. Se fijó en la figura del Niño Jesús. Era como muchas de las que había visto hasta ahora. Acostado en el pesebre, con una pierna más levantada y apoyada sobre la otra, el pelo rizado y los brazos en alto, como si pidieran algo. Por un momento le pareció que le sonreía. Y aquellos brazos en alto... aquellos brazos... parecían que le dijeran: ¡llévame contigo!

Estuvo un buen rato plantado ante aquel Nacimiento. Por su cabeza pasaron, como en una película, los últimos años de su vida. Por los altavoces sonaba otro villancico: "Son ojos que sonríen y lloran de amor, yo no sé qué dicen que roban el corazón".

Dejó el escaparate. Aceleró el paso hacia su casa. Tenía prisa por hablar con su mujer y para ver a sus hijos. Tenía que hacer muchas cosas. Tenía que cambiar también muchas,... Había tomado una decisión importante.











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