Objetivos: 6 - ¡Valores!

¡Valores!

Uno de los eslóganes de un anuncio publicitario que salía hace poco tiempo por televisión era "toma lo que te apetezca". Se refería, creo recordar, a alguna bebida refrescante. Otro, refiriéndose a alguna colonia masculina, decía "conseguirás lo que desees", refiriéndose sutilmente al éxito en las relaciones con el otro sexo. Para una parte de la juventud estos eslóganes son un resumen de su manera de pensar. Si te apetece, si te da placer, si te gusta, ¡no te cortes! ¿Por qué poner límites a los deseos? Las empresas publicitarias lo saben y lo provocan con sus reclamos.

Esta concepción hedonista en la que el placer ocupa el primer lugar en la escala de valores, en la que lo que apetece o la consecución de los deseos es la principal y casi única norma de conducta, no es solamente algo que implica solamente a la juventud, es también un reflejo de que los adultos no hemos sido capaces de dar otros valores más elevados: servir, amar,... o no hemos sabido dar las motivaciones adecuadas para valorarlos.

Me explicaron de un personaje que visitaba una ciudad de su país, que en llamarle la atención ver varios días seguidos a un joven tumbado sobre el césped, se le acercó y le preguntó:
-Tú, ¿no estudias?
El chico continuó en su posición horizontal y abriendo un ojo con dificultad para ver quién le hablaba contestó:
-No, ¿por qué tengo que hacerlo?
El ilustre señor un poco desconcertado le dijo:
-Para ingresar más adelante en una universidad.
¿Por qué? - Volvió a decir el joven.
-Para obtener un título.
¿Por qué? - insistió indolentemente el chico.
-Para poder trabajar.
¿Por qué?
-Para ganar dinero.
¿Por qué?
El personaje perplejo y un poco nervioso ante la insistencia en la misma pregunta, respondió:
-Pues,... para poder comprar una casa... y muchas cosas más.
¿Por qué?
-Para en tu vejez poder disfrutar de lo que tienes y descansar.
El joven adolescente, sin mirar a su interlocutor, contestó dándole la espalda y sin perder la horizontalidad.
-Pues,... es precisamente lo que estoy haciendo ahora, descansar.

A veces puede suceder que los adultos a la hora de dar motivos para actuar no acertamos con las razones últimas, y no presentamos ideales elevados que llevan a una satisfacción profunda. Hablamos de conseguir una posición, dinero, bienestar, éxito,... Una serie de valores que no son malos pero que en sí mismos no tienen la última razón. Nos podemos olvidar de hablar de servir y amar a los demás, a la sociedad,... también, de cumplir con la voluntad de Dios que es lo que da sentido a nuestra existencia... Cuando nos olvidamos de ello, nos podemos encontrar con el desengaño de los jóvenes, de natural idealistas, ante los valores que los adultos les ofrecemos como más importantes y que no les animan ni estimulan demasiado para poner el esfuerzo y el interés para conseguirlos, y pueden caer fácilmente en buscar el placer inmediato, el simple impulso del deseo, la felicidad del instante, que tampoco satisface nunca del todo y que los puede hacer entrar, fácilmente, en una espiral destructiva.

Les tendríamos que explicar que no son más libres cuando hacen lo que les apetece, sino cuando hacen lo que les hace más persona. Por eso es importante el concepto de persona que se tenga. Aceptar que la existencia humana tiene una finalidad supone subordinar otras cosas a tal fin, a este último valor. Supone subordinar el deseo, lo que te apetece, a la razón fundamentada en valores sólidos.

Cuando había terminado de escribir este artículo, salí a dar una vuelta. Era un sábado por la tarde. Paseando por un parque de nuestra ciudad cerca de casa, vi un grupo de niños y niñas de unos ocho o nueve años sentados haciendo un corro y entre ellos cuatro chicos entre la adolescencia y la juventud que les estaban entreteniendo con un juego que no acabé de entender. Uno de ellos se separó del grupo para ir a preparar en una mesa del parque unas bebidas y bocadillos que llevaban. Me acerqué para preguntarle que hacían. Contento de que le peguntara, me explicó, muy serio y convencido, que eran monitores voluntarios que dedicaban los sábados por la tarde, después de la catequesis que recibían aquellos niños y niñas que preparaban la primera comunión, a llevarlos a jugar y fomentar, a través del juego y de la convivencia, virtudes que creían necesarias para la vida cristiana.

He pensado que dejar constancia de ello es una buena manera de terminar este escrito.

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