Actitudes: 6 - Una regla de oro
Una
regla de oro
Lo
he visto escrito en algún lugar: "no hables nunca de vuestro hijo delante
de él. Si habláis bien, corréis el riesgo de hacerlo vanidoso, si habláis mal,
lo humilláis peligrosamente ».
Me
parece una regla de oro. La naturalidad y la sencillez deben impregnar la
relación entre padres e hijos, y cumplirla con fidelidad puede ayudar a
conseguirlo.
Si
no se hace, se puede provocar alguno de estos complejos: el de superioridad o
el de inferioridad, que se siembran desde pequeños y son igualmente peligrosos.
Si
el niño oye a menudo que es inteligente, guapísimo, que tiene disposiciones
excepcionales y aptitudes superiores a su edad, se volverá de una suficiencia
insoportable que chocará más tarde con las duras realidades de la vida. Si por
el contrario, se le está diciendo constantemente que es inepto, torpe y tiene
poca habilidad para hacer las cosas se convertirá, antes de tiempo, en un
fracasado o un desesperado. Si esto se hace, además, en presencia de otros, se agudizaran
estos sentimientos.
Debemos
procurar un ajustado y positivo auto concepto y una adecuada autoestima que
surge de haberle ayudado a conocerse tal como es, a aceptarse así y a ilusionarse
para progresar y mejorar sin inquietud, pero con constancia. Y por eso son
necesarias la naturalidad y la sencillez.
Los
padres tenemos que intervenir ante las actuaciones de nuestros hijos para
corregir o aplaudir sus actuaciones, y darles, así, pautas de conducta. Es
nuestra obligación. Para ello, otro consejo de oro sería: corregir o aplaudir
la acción, sin necesidad de calificar la persona del hijo. Es mejor decir:
"Esto lo has hecho bien o lo has hecho mal", que no: "eres bueno
o malo". Juzgemos la acción, y dejémonos de juzgarlos. No lleva a ninguna parte. Debemos conocerlos y ayudarlos.
Debemos
evitar todo aquello que pueda perjudicar la naturalidad y sencillez del niño. A
veces, hay padres que provocan también la falsa naturalidad haciendo actuar los
hijos ante los demás haciéndoles repetir alguna gracia. Dicen: "que vea
este señor como imitas a tal persona", o "por qué no repites lo que
contestaste a la maestra". Son frases desafortunadas que pueden hacer más
daño de lo que parece.
La
frescura del alma de un niño es una planta demasiado delicada para que no la preservemos
de vanas admiraciones que pueden empañarla.
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