Virtudes: 13 - La audacia
La audacia
Cuentan que, una vez, enviaron un
vendedor a un país del tercer mundo a vender zapatos. Sólo bajar del avión vio
que en aquel país nadie llevaba zapatos: todos iban descalzos. Pensó:
"aquí es imposible vender zapatos", y se marchó en el primer avión.
La empresa lo despidió de inmediato. Enviaron otro vendedor que al comprobar que
nadie llevaba zapatos pensó: "aquí puedo vender muchos zapatos porque
nadie tiene". Efectivamente al cabo de un cierto tiempo consiguió que la
gente de ese país valorara ir calzado y vendió muchos zapatos.
Esta fábula puede servir para hablar de
una virtud: la audacia, que le faltó al primer vendedor y que permitió al
segundo lograr un objetivo que parecía imposible para el primero.
La audacia es aquella virtud que permite
emprender y realizar acciones que pueden parecer difíciles e incluso
imposibles, pero que la consideración serena de la realidad, contrastando
posibilidades y riesgos, lleva al convencimiento de poder alcanzar el bien que
se pretende con esas acciones.
La audacia, definida así, conlleva la
valoración de dos aspectos:
- Valoración positiva del bien que se
quiere conseguir.
- Valoración positiva de las
posibilidades (capacidades, cualidades, riesgos, ayudas) para conseguirlo.
La audacia necesita reconocer el valor
del objetivo que se quiere conseguir. Es verdadera virtud cuando lleva a
emprender acciones para conseguir objetivos que valgan la pena, cuando lleva a
la persona a hacer el bien, ya sea para ser mejor él como persona o para ayudar
a mejorar los demás. Cuando más valiosa es la empresa que se desea llevar a
cabo en función del fin último del hombre, mayor es la virtud de la audacia. Es
por ello que encontraremos ejemplos de esta virtud en la vida de muchos santos.
La audacia como virtud requiere, por
tanto, tener presente los valores que son realmente importantes para la persona
humana. En la educación de esta virtud será necesario ayudar a descubrir cuáles
son en la escala de valores los primeros, los más importantes.
Por otra parte la audacia se apoya en la
confianza en las propias posibilidades de quienes realizan la acción. Las
personas pueden hacer, muchas veces, más y mejor de lo que les puede parecer.
La falsa prudencia, la pereza, la falta de confianza, nos auto limitan. Los
padres deben desarrollar en sus hijos una adecuada confianza en sus capacidades
y unas virtudes que den consistencia a su querer, a su voluntad. También
convendrá ayudar a los hijos a profundizar y apoyarse en aquella cualidad o
capacidad que tiene más innata o más adquirida, y que le permitirá comprobar
que puede avanzar en ella pero, por extensión, también en otras. Una condición
para la audacia de los hijos será saber que cuentan con la ayuda de los demás,
de los padres.
Dos vicios extremos se oponen a la
audacia: la temeridad u osadía y la pusilanimidad o cobardía.
La temeridad u osadía puede serlo porque
lo que se quiere conseguir no sea un bien, o porque se sobrevaloran las propias
posibilidades. A veces se corren riesgos, poniendo en peligro la propia vida o
la de los demás, por motivos muy frívolos (conducciones temerarias por ejemplo).
Entonces no se puede hablar de virtud sino de vicio.
La pusilanimidad o cobardía lo es cuando
no se tiene confianza en las posibilidades para conseguir algo que se presenta
como un bien, o no se considera suficiente como un bien. Es el caso del primer vendedor:
no se vio capaz, o no valoró como un bien para la gente de ese país el llevar
zapatos. La persona que no confía en sus propias capacidades y cualidades puede
quedarse sin emprender ninguna acción que valga la pena.
Es tarea de los padres ayudar a cada uno
de sus hijos a descubrir sus capacidades que en alguna cosa será superior a
muchos otros.
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