Educar: 11 - Educar: autoridad o libertad
Educar: autoridad o libertad
Queremos educar a los hijos porque los queremos, y quererlos
es querer su libertad. Educar es, pues, ayudar a que los hijos hagan un buen
uso de su libertad. Libertad que encuentra su sentido cuando se ejercita al
servicio de la verdad, cuando se ejerce para hacer el bien.
Por lo tanto el proceso de la educación debe comenzar por
mostrar la verdad y para enseñar a practicar el bien. La verdad que es la
adecuación de la inteligencia a la realidad de las cosas, y el bien que es objeto
de la voluntad para conformar nuestros actos a la verdad.
Mostrar la verdad, ¡no imponerla! La persona humana sólo
puede crecer en la medida que asume libremente la verdad y el bien que se le
propone. Hay que proponerlo, es necesario hacerlo porque en su proceso de
crecimiento necesita la ayuda, durante años, fundamentalmente de los padres
para alcanzar la madurez. La necesita su crecimiento físico como también, para
el desarrollo de sus potencialidades específicamente humanas, necesita el
estímulo y la orientación que los padres pueden darle en el seno de la familia.
La autoridad de los padres tiene el sentido de servir. Servir
para que sus hijos se conviertan en personas autónomas que hagan un buen uso de
su libertad. Un servicio del que no se espera nada a cambio y que, por tanto,
sólo puede ser fruto del amor. Un servicio que es guía en la exploración de
valores, ánimo ante el necesario esfuerzo que el proceso de maduración
requiere, estímulo para tomar decisiones y promotor del necesario espíritu crítico.
El relativismo de la época en que vivimos pone en evidente
peligro el ejercicio de la autoridad de padres y educadores. Si el relativismo
niega la posibilidad de una verdad absoluta o la posibilidad de alcanzarla,
todo es cuestionable y la verdad dependerá, a menudo, de lo que me conviene, de
lo que me gusta o lo que me es útil en un momento determinado. Entonces,
mostrar una verdad es difícil y la autoridad resulta gravemente dañada. Los
padres no deben caer en esta trampa: la vida sin verdad es un viaje de locos,
un viaje hacia ninguna parte.
Educar y querer la libertad de los hijos no significa
despreocuparse de cómo la utilizan. Debemos ayudarles a administrarla bien. Los
padres deben dar fundamentos sólidos y modelos de referencia que den respuestas
seguras y firmes a muchas cuestiones de la vida.
Educar en libertad requerirá la confianza de los hijos hacia
los padres y la de los padres hacia los hijos. La confianza no se puede imponer
ni exigir, hay que ganarla. Esto requerirá una actitud amable de comprensión,
respeto, atención, de saber escuchar, de optimismo que se ha de implantar en el
seno de la familia. Confiar significa fiarse del otro, creer en el otro. La
confianza mueve a obrar, la desconfianza paraliza. La confianza genera gratitud
y responsabilidad.
En un ambiente de confianza, los hijos recibirán los
estímulos educativos necesarios para ayudarles a progresar. En primer lugar el
ambiente natural del hogar; las relaciones familiares de respeto y estimación;
y el ejemplo de los padres serán unos estímulos previos sin los cuales la
educación no puede llevarse adelante. En segundo lugar a través de una
conversación o de un consejo se proporcionará la orientación y la enseñanza que
los hijos necesitan ordinariamente, colectivamente o a título personal, sobre
un tema concreto. En tercer lugar, correctivos y decisiones extraordinarias
deberán utilizarse cuando se presente una situación que sale de la normalidad.
La confianza entre padres e hijos será importante para
ejercer la autoridad con el sentido que debe tener: de servicio y generadora de
libertad.
Comentarios
Publicar un comentario