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El cuento de la Caperucita

Los padres, para transmitir algunos valores echamos en falta, a veces, modelos o elementos de referencia adecuados.


Sabemos que el mejor modelo para los hijos somos los mismos padres y nuestra actitud ante la vida, y que el mejor elemento de referencia lo encuentran en nuestro ejemplo. Pero también es cierto que hay verdaderos usurpadores de esta tarea que nos corresponde prioritariamente a nosotros, incluso dentro de nuestra misma casa. La televisión, los videojuegos y Internet, por ejemplo, pueden convertirse en competidores importantes. O bien porque no se les da suficiente importancia a su influencia, o bien porque se tiene la sensación de impotencia ante ellos.

Hablando de ellos recuerdo las palabras de un padre: "Yo no puedo luchar con igualdad de condiciones. Cuando llegan de la escuela se los encuentran en casa siempre disponibles, amables, excitantes... Yo, en cambio, a menudo llego tarde a casa, cansado y a veces  de mal humor, y si les digo algo para atraer la atención en lugar de mis competidores, puede que al final lo haga chillando y de mala manera”


Exageraba, pero hacía muy bien en preocuparse, porque los hijos puede que sean cada vez menos de los padres y cada vez más de otras influencias. De manera constante reciben una serie de mensajes que, a menudo, transmiten unos contravalores que no queremos para ellos. Algunos, muy claros, que podemos contrarrestar porque nos damos cuenta de ello, pero otros, subliminales, que se nos van infiltrando sin darnos cuenta.


Por ello, es importante que la televisión no la vean solos, que el ordenador esté ubicado en un lugar de la casa común. Que se limiten las horas de acceso. Por supuesto es un error imperdonable que estos aparatos estén en la habitación de un niño o de un adolescente con la falta de control que ello supone. Quizás no lo es tanto en la habitación de un adulto, pero será difícil explicar que lo que no es bueno para los hijos, es bueno para los padres.



No debemos dejarnos tomar la iniciativa educativa por nadie, y nos tenemos que ayudar de modelos positivos de actuación. Por ello, no debemos perder algunos recursos tradicionales que han sido y son muy útiles: los cuentos, por ejemplo. Los cuentos de siempre y aquellos inventados que siguen de un día para otro y no se acaban nunca. Con ellos de forma entrañable y con los matices y complementos adecuados en cada caso, vamos transmitiendo sentimientos nobles, actitudes positivas, valores importantes e ideales grandes.

Recuerdo como, hace años, una profesora de una escuela nos lo hacía ver. Nos repetía el comienzo del conocido cuento de la Caperucita: "Una madre llama a su hija y le dice que lleve una cesta con comida a su abuela que está enferma en la cama" Una introducción que parece inocua, pero en la que se esconden valores importantes que debemos saber hacerles descubrir: el ejercicio de la autoridad por parte de la madre, la obediencia de la hija, el espíritu de servicio, la preocupación por los mayores y los enfermos, la atención para con los abuelos ... Y el cuento sigue: "La madre advierte a la hija de los peligros del bosque y del lobo, pero no por ello le deja de dar el encargo". Le advierte de las dificultades y del esfuerzo que puede suponer muchas veces cumplir con la obligación. Pero deja que sea ella, Caperucita, quien se enfrente y las supere. Ejemplo de educación en la fortaleza, autonomía, iniciativa y libertad.


Un cuento muy simple, si queremos, puede servir para educar. Si este cuento hubiera incorporado algunos contravalores de comodidad, de falta de autoridad y espíritu de servicio, de violencia,... que aquellos competidores de quien hablábamos dan, hubiera podido ir de otra manera. La madre hubiera podido decir:


- Caperucita, guapa, coge el cesto que te acerco en un momento a casa de la abuela. Como no se puede aparcar fácilmente, te esperaré en el coche, pero no te entretengas - ya sabes cómo se enrolla la abuela - que no tenemos mucho tiempo.
O bien:
- Pobrecita, ¡con este frío! Llevar ahora el cesto. ¿Sabes qué?, llamaré a la abuela a ver si se puede espabilar sola. Lo que debemos hacer, es ponerle una señora que le haga la comida cuando esté enferma.

O Caperucita hubiera podido replicar a la propuesta de la madre:
- No puedo, mamá. Mañana tengo un examen. ¡Déjame en paz!

O bien:
- Me llevaré la varita mágica y con la maldición "Avada Kedavra" me cargaré el lobo y el que se ponga por delante, y si el camino a través del bosque es demasiado tenebroso, lo haré desaparecer con un hechizo que conozco.


Y nos habríamos quedado sin cuento de Caperucita (y sin bosque)... y sin tantos otros cuentos... y sin enseñar nada positivo.
Si de pequeños, los cuentos pueden ser un gran recurso, puede haber otros. Por ejemplo: las historias de familia.

Las pequeñas anécdotas, muchas veces ejemplares, de la vida de los abuelos o antepasados, las dificultades vividas en épocas pasadas, como os conocisteis (el padre y la madre), vuestra primera salida,, recuerdos de familia... son cosas que despiertan el interés y la atención de los hijos y los puede acercar positivamente a conocer la realidad de la vida.


Más adelante, los chicos, las chicas, necesitan héroes con valores que les sirvan de modelos. Pero no modelos fantasiosos, azucarados o producto de la publicidad, sino reales. Por eso es importante en ciertas edades animar a la lectura de biografías de gente con ideales grandes que han luchado y puesto esfuerzo para hacerlos realidad. Vidas de inventores, científicos, descubridores, personajes históricos, santos...


Cuentos, historias, biografías, pueden darnos modelos que serán de gran ayuda para reforzar los valores que queremos transmitir.

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