Infancia: 8 - Saber decir: ¡no!

            Saber decir: ¡no!

La fuerza de voluntad es una cualidad que sabemos apreciar en la persona que la ha adquirido. Valoramos su capacidad de dominio sobre sí misma, es decir, el grado de control que tiene sobre sus propios ímpetus, caprichos, pasiones y sentimientos. Este dominio le permite gobernar su vida, sin que sean las diferentes situaciones que se presentan las que lo hagan por ella.

La persona con fuerza de voluntad domina los acontecimientos por adversos que sean. Pasa por encima de ellos. En cambio, cuando falta esta fuerza es al revés, son los acontecimientos los que mandan, siendo la persona un títere de ellos.

Esta fuerza de voluntad, este dominio de sí mismo, se forja desde los primeros años de la infancia. Es importante tenerlo presente en la educación de los hijos, porque su carencia les conducirá, cuando sean mayores, a los más rotundos fracasos y sufrimientos.




A veces, los padres pensamos que nuestra única obligación es que estén felices y contentos, y por ello procuramos hacerles la vida fácil. Nos equivocamos. ¿De qué les servirá si, más pronto o más tarde, se encontrarán con las dificultades de la vida? Entonces, sin capacidad para superarlas porque no se les ha ayudado a adquirir la fuerza de voluntad necesaria, se sentirán engañados y frustrados y, solos, les resultará mucho más costoso conseguirlo, porque los hábitos que no se han adquirido de pequeños difícilmente los alcanzaran de mayores.

¿Podemos llegar a creer que valga la pena que estén diez o veinte años envueltos en algodón? No, no sólo no vale la pena, sino que, además, cometeríamos una terrible injusticia de la que ellos mismos nos pedirían cuentas algún día. Debemos tener presente que pasado este tiempo se encontrarán con una realidad muy diferente.

Debemos hacer comprender a nuestros hijos que, a medida que van creciendo, deben superar las dificultades ordinarias con sus propias energías y que deberán ir funcionando, poco a poco, por su cuenta. Este es el mejor servicio que se les puede hacer, acostumbrarlos al esfuerzo y prepararlos para afrontarlo sin quejarse.

Este objetivo comenzará a trabajarse desde muy pequeños, y por ello, entre otras cosas, tendremos que aprender a decir que no a algunas cosas.

El pequeño de meses sabe que llorando consigue que estén pendiente de él. Pronto comprobaremos que tiene sus caprichos. Si no lo cortamos, acabaremos yendo de cabeza. El llanto será su arma, y la utilizará cuando tiene una necesidad pero, también, cuando tiene sólo un capricho. Nos puede tener en pie de guerra todo el día si se da cuenta que no somos capaces de decirle que no y, lo que es más grave, no educaremos su firmeza, su fuerza de voluntad. Tendremos que decir que no, muchas veces y estas negativas no serán fruto de la comodidad o de nuestra impaciencia o irritabilidad, sino precisamente de nuestra estimación hacia ellos. La razón será, también, porque los queremos y queremos prepararlos para que puedan valerse por sí mismos. No nos ha de preocupar si, a veces, debemos ser exigentes. Los hijos captan el amor de los padres, incluso cuando se les contraría o se les priva de hacer algo. Alguna vez tendremos que decir: "mira, esto no te lo dejamos hacer por esta razón y esta otra... y porque te queremos y queremos lo mejor para ti”.

Nuestro "no" debe ser cálido pero firme, nunca brusco y amargo. Así, la lección recibida entra sin resistencia en su espíritu, forjando y fortaleciendo su voluntad. Esta fuerza de voluntad que conferirá al niño el mayor de los dominios, el dominio de sí mismo.

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