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¡Paciencia!

Mafalda se dirige a su madre y le dice: "Pero mamá ¡los hijos no podemos ser tan monstruosos, y lavarnos y bañarnos sin resistencia! ¡los hijos no podemos ser tan degenerados y comer sin rechistar! ¡los hijos no podemos ser tan crueles, y portarnos bien! ... sería privar a nuestros propios padres de su fuente de trabajo más importante”.

Quizá tiene razón. La misión fundamental de los padres es educar a nuestros hijos. Y tenemos que hacerlo, precisamente, porque no nacen educados. Es importante tenerlo presente, especialmente, cuando queremos hablar de la paciencia, herramienta imprescindible en toda tarea educativa.
La paciencia supone esperar cuando conviene y superar con serenidad las molestias que puedan surgir.
 

No debemos confundir la paciencia con la apatía, la cobardía, o el pasotismo, que no tienen nada que ver con ella. A menudo es un deber de caridad no soportar un determinado capricho que puede engendrar defectos intolerables, o no callar y actuar con prontitud ante una impertinencia de un niño mimado o las extravagancias de un adolescente. Hay silencios que son cómplices de futuros defectos.




Ser paciente significa conservar el dominio de uno mismo y quiere decir: saber esperar. Educar exige las dos cosas porque el niño que está por educar necesita tiempo y la serenidad de los padres. Los resultados inmediatos, en educación, no suelen ser los más importantes.

Es necesario sostener un estado de espíritu que facilite el dominio sobre nuestros primeros impulsos y para ello deberíamos ejercitarnos en pensar antes en nuestros hijos que en nosotros mismos. Así reprimiríamos muchos actos de impaciencia. Convendrá, a veces, reservar para un rato después o para el día siguiente la respuesta o la observación a lo que nos ha molestado, si no estamos seguros de nuestro estado de ánimo.

Pocos días antes de reyes una madre hacía cola con su hijo de pocos años para ir a entregar una carta al paje real de unos grandes almacenes. La cola era larga y lenta. Al llegar su turno, el niño se asustó ante la presencia espectacular del paje y no hubo manera de hacerlo subir al trono. La madre, que había hecho cola durante una hora, reaccionó violentamente dado una bofetada al niño y expresando su indignación en voz alta.

Perdió la paciencia. La impaciencia precedió a la reflexión. Si hubiera reflexionado habría podido darse cuenta de que no se trataba de una pataleta por un capricho determinado, sino un sentimiento de miedo contra el que no podía hacer nada, y que para vencer el miedo de los niños no es con nervios o violencia como hay que conseguirlo, sino precisamente con actitudes opuestas.

Ante las rabietas de los niños de dos o más años es frecuente perder la paciencia y es precisamente lo que menos debemos hacer si no nos queremos encontrar a menudo con ellas. Si el niño o la niña descubren que el padre o la madre reaccionan perdiendo la calma, podemos estar convencidos de que volverán a hacerlo
. La actitud ante las rabietas no es fácil, debe ser de serena firmeza, sin hacerles mucho caso y en algunos casos distrayendo la atención hacia otro asunto.

La paciencia la necesitan los padres, pero los hijos también deben aprender a esperar. Hoy, que vivimos una cierta cultura del instante, es especialmente importante tenerlo en cuenta. Debemos enseñar con ejemplos, que no sólo vale la pena lo que se consigue al momento, sino que muchas cosas importantes necesitan tiempo y esfuerzo para conseguirlas.


De pequeños un ambiente familiar de serena afectividad educará la paciencia de los hijos enseñando a no esperar una respuesta o una satisfacción inmediata a todos sus deseos. De más grandes, actividades como aprender a tocar un instrumento, aprender un idioma... pueden servir para educar  la paciencia. Saber esperar será más adelante, en el noviazgo, una ayuda necesaria.

Un proverbio persa dice que: "la paciencia es un árbol de raíz amarga pero de frutos muy dulces". De raíz amarga porque requiere esfuerzo, dominio de uno mismo, esperar... pero de frutos dulces porque se consigue lo que verdaderamente vale la pena.







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