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Un buen libro vale más que mil imágenes

Dos razones nos hacen cambiar el dicho: "una imagen vale más que mil palabras", por la que da título a estas líneas. La primera, porque la lectura implica una serie de aspectos positivos en el desarrollo de la personalidad que son importantes. La segunda porque hoy, inmersos como estamos en la cultura de la imagen y el sonido, hay una sustitución alarmante del hábito de lectura por el de ver la televisión, que exige una campaña seria a favor del libro.


La lectura promueve en sus adictos unas actitudes determinadas. El lector de libros ejercita el espíritu de descubridor sabiendo encontrar lo que hay de valioso en lo que han escrito otros. Es un aventurero que sabe meterse en el mundo y las ideas de otra persona, el autor, valorándolas y aceptándolas si es necesario.

Las imágenes que da la televisión provocan sensaciones más o menos instintivas, a veces muy fuertes, pero debido a la velocidad en que se dan y al poco esfuerzo que cuestan, su arraigo es normalmente escaso. En un mismo telediario y con pocos segundos, podemos pasar de ver imágenes de miseria o guerra a las escenas más frívolas. Esto produce una cierta impermeabilidad. Las imágenes resbalan por la superficie de nuestra sensibilidad sin profundizarlas. El libro, en cambio, como exige más esfuerzo, mueve a ejercitar la capacidad de reflexión y discernimiento y permite retener mejor todos sus contenidos y a valorarlos.

Un buen libro ofrece ideas y éstas proporcionan ideales que ordenan la voluntad a conseguirlos. Las imágenes, las imágenes televisivas, muchas veces sólo proporcionan atractivos sensibles para el desarrollo de deseos. Por eso, a medida que la televisión sustituye la lectura los ideales de superación van siendo sustituidos en parte por los deseos de cosas.

El libro, como amigo paciente y fiel, es un recurso al que podemos acudir con la seguridad que pondrá en marcha los mecanismos que humanizan al hombre y lo hacen más comprensivo y equilibrado. La lectura necesita dos condiciones imprescindibles: silencio y tranquilidad de espíritu. Es una actividad sencilla para la que sólo se necesita elegir bien el libro adecuado a la persona y el momento, entrar en sus páginas y vivir, en ellas, una particular aventura de la cual saldremos reconfortados.

La lectura proporciona además un enriquecimiento del vocabulario y del lenguaje oral y escrito que es un vehículo de transmisión cultural fundamental. La adquisición del hábito de la lectura con los que le son inherentes: expresión oral y escrita, capacidad de comprensión, de análisis, de reflexión, de discernimiento, interés por conocer,... incide de forma clara en la capacidad de estudio. Un buen lector suele ser un buen estudiante.

Los padres tienen una tarea importante para fomentar el hábito de lectura de sus hijos. Una tarea que empieza muy pronto. Quizás comprando, junto con el periódico  del domingo, cómics para los más pequeños, para iniciarlos de manera agradable en el hábito de leer. Como siempre, los padres deberán ir por delante con el ejemplo. Si no se ve leer a los padres, el libro queda como algo puramente escolar. Si no hay un clima familiar de lectura será difícil que esta arraigue en los hijos. Para ello se deberá respetar unos momentos propios de lectura, sugiriendo buenos libros y provocando el comentario posterior.


Encontrar el placer de la lectura, no sólo es un divertimento sino un medio eficaz para encontrarse con uno mismo y crecer hacia adentro. Si contamos las horas dedicadas a otras cosas, veremos que la lectura de un libro se puede conformar con menos y, en cambio, nos dará mucho más.

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