Padres: 7 - De madre, ¡solo hay una!

De madre, ¡sólo hay una!

Mafalda se dirige a un vendedor ambulante que ha llamado a la puerta y ha preguntado por su madre: "¿Qué madre? ... la que me hace comer la sopa, la que me peina, la que me regaña, la que me viene a buscar a la escuela, la que me exige hacer los deberes, la que me envía a la cama a dormir, la que me acaricia... ¿Cual? "- le larga al pobre vendedor que huye asustado ante la avalancha de tan diferentes clientes.
"¿Quién era?" - le pregunta la madre, que no ha dejado de trabajar en la cocina.
"Uno que todavía se creía que de madre sólo hay una" - responde Mafalda, sonriendo maliciosamente.

El humor de Mafalda permite presentar una muestra de la gran variedad de tareas que la madre tiene encomendadas. Tareas que van acompañadas de los diferentes estados de ánimo que exigen, desde la firmeza más exigente hasta la ternura más suave.

Efectivamente, sería imposible encontrar una función en la tierra más variada que la que muchas madres llevan a cabo para atender a su hogar y sus hijos. Madres que hacen de maestra, psicóloga, enfermera, médico, economista, decoradora, cocinera, modista, técnica en electrodomésticos, peluquera... sin salir de su hogar. Además, a menudo, ejercen una profesión fuera de casa.

Se ha dicho que el trabajo del hogar es aburrido. Eso no es verdad. Si se huye, a veces, es porque es demasiado excitante. Es excitante porque es demasiado exigente, y es exigente porque está lleno de vida. De hecho, el ser humano, cuando vive en una comunidad más pequeña vive en un mundo más grande, porque no puede elegir una única actividad, como lo haría en una comunidad más grande que, a menudo, sirve para proteger al individuo solitario de los fortalecedores compromisos humanos.

El trabajo del hogar, hoy, se reparte entre el padre y la madre, y debe ser así cuando la madre, por diversas circunstancias, trabaja fuera de casa. Pero, en algunas cosas la madre es insustituible. Por ejemplo, la eficacia de sus besos que pueden curar desde la herida de un hijo pequeño hasta el amor frustrado de una hija mayor. O la eficacia de su mirada, con la que puede ver lo que pasa dentro de una habitación con la puerta cerrada y lo que sería mejor no haber visto pero que hay que saber, y puede mirar un niño con problemas y sin pronunciar palabras decirle: "te entiendo, hijo, y te quiero".

El corazón de una madre es el único capital del sentimiento que nunca quiebra y con la que se puede contar siempre, en todo tiempo y con toda seguridad.

Según una vieja leyenda oriental, Dios acababa de crear el universo: los pájaros cantaban mientras volaban por el cielo, los peces nadaban por las aguas, los prados eran cubiertos de flores... sólo faltaba el hombre para completarlo, es decir, la criatura que haría de puente entre las criaturas materiales y las espirituales.
Dios se dispuso a fabricar el hombre. Para ello, a orillas del río Nilo, cogió un puñado de barro, pero en medio había un cangrejo escondido, que clavó sus pinzas en la mano del Creador. De la mano divina brotaron tres gotas de sangre que se mezclaron con el barro. Dios lo miró y se dijo: "no, es demasiado para el hombre...". Y entonces - acaba la leyenda - del barro de la tierra mezclado con la propia sangre, hizo... el corazón de la madre.

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