Virtudes: 2 - Sinceridad, ¿de verdad?

        Sinceridad... ¿de verdad?   

La sinceridad está de moda.
         - Mi principal defecto - dice el personaje famoso respondiendo a la entrevista que pretende darle a conocer como realmente es - ... mi principal defecto es que soy excesivamente sincero.
Y quizás añade para resultar más convincente
         - Digo lo que pienso, y eso me ha ocasionado más de un problema a lo largo de mi vida.
         Si la entrevista es para la tele se acompañará de una ligera caída de ojos. Sabe de sobra que todo el mundo lo aceptará bien.
         Cuando a los famosos se les pregunta por un defecto, no responden: soy un mentiroso, o tengo envidia de los demás, o no me fío ni de mi padre... No, los famosos responden, normalmente, atribuyéndose un exceso de algo bueno, que es lo que nos hace dudar seriamente de su sinceridad. Dicen cosas como: soy demasiado sincero, o confío demasiado en la gente, o me dejo absorber por mi trabajo...
         Ya se sabe, los famosos son así. Han llegado muchas veces a serlo porque han sabido vender bien su imagen.


          La sinceridad está de moda, pero cuando una palabra lo está, a menudo corre el peligro de confundirse su concepto. Esto ha ocurrido con palabras como amor, libertad y otras.
         La sinceridad, como estos otros términos, se utiliza, o mejor, se invoca a conveniencia del usuario.
         - ¡A sincero no me gana nadie! Digo las cosas por su nombre - se oye decir muchas veces como preludio de un rosario de improperios dirigidos a alguna persona.
         - Se sincero y di lo que se piensas - dicen otros para quienes la sinceridad sería decir todo lo que se piensa, sin necesidad de pensar lo que se dice.
         En otros la sinceridad les lleva a ser espontáneos, sin hipócritas convencionalismos. Para éstos, escupir, bostezar o pasearse en calzoncillos por su casa son manifestaciones de exquisita sinceridad, mientras que peinarse, afeitarse, dar las gracias, sonreír, estrechar la mano, hablar de usted, ceder el paso y limpiarse los zapatos lo serían de todo lo contrario.

          Ante la avalancha de sinceridad que nos viene encima no podemos hacer más que exclamar: ¡No es eso!... ¡No es eso!
         Pues, ¿qué es la sinceridad? ¿Cómo educaremos esta virtud en nuestros hijos?
         La sinceridad, es por encima de todo, amar la verdad, proponerse conocerla y manifestarla, si es conveniente, a la persona idónea y en el momento adecuado. La sinceridad, también, debe estar regulada por la caridad y por la prudencia. Así tenemos que enseñarlo. Debemos enseñar a amar la verdad a nuestros hijos. Por encima de todo, porque será la verdad lo que les hará verdaderamente libres.

          Para ser sinceros, lo primero que tenemos que hacer es esforzarnos por conocer la realidad. La realidad, ¿de qué?
         En primer lugar la nuestra, la que hace referencia a nosotros mismos. Por eso la sinceridad requiere humildad para regular la tendencia del hombre a exaltarse por encima de su propia realidad, y requiere también el desarrollo de la propia intimidad para conocerse y valorarse debidamente. Sólo entonces seremos capaces de explicar aquello que haga falta, a la persona adecuada y en el momento oportuno.
         En segundo lugar conocer la realidad de los demás. Siendo objetivos, no basándonos en impresiones y sabiendo distinguir lo importante de lo secundario. Sin juzgar, ya que no somos quien, ni conoceremos nunca todos los elementos para hacerlo.

          En la manifestación de la sinceridad es buena la espontaneidad siempre que se entienda bien. No se puede entender como un desenfreno en el hablar, ni como un librarse de inhibiciones y actuar de acuerdo con el impulso del momento. Eso sería tanto como olvidarse de las potencias propias del hombre: la razón y la voluntad. La espontaneidad cuando se entiende como autenticidad, simplicidad en los motivos, franqueza y honradez, conlleva la relación de confianza donde la sinceridad se hace presente.

          La hipocresía, las ganas de aparentar o de quedar bien ante los demás, son también manifestaciones de falta de sinceridad que debemos enseñar a vencerlas con la naturalidad y la sencillez, hermanas de la virtud de la sinceridad, que hacen a las personas agradables por su transparencia.

          Amar la verdad y manifestarla cuando conviene para el bien propio o de los demás, es lo que debemos enseñar a nuestros hijos para ser sinceros de verdad.


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