Actitudes: 1 - Para educar: optimismo

Para educar: optimismo


            Se ha dicho que el optimismo es aquel estado de ánimo que nos hace decir que una botella está medio llena y el pesimismo que está medio vacía. Esto sería definirlos, sólo, como una manera de ver la realidad. Unos, los optimistas, de color de rosa, los otros, los pesimistas, de color negro. Me parece que como actitudes son más que eso y para explicarlo pondremos un ejemplo bien simple.
            Supongamos que una mañana de domingo está lloviendo a cántaros. Un padre de familia ante la situación convoca a sus hijos y les dice: "No podemos salir a pasear en bicicleta tal y como habíamos previsto, pero como me parece que pronto saldrá el sol, esperaremos y entonces saldremos". Un segundo padre de familia ante la misma situación les dice: "Como no podemos salir porque llueve, nos quedaremos en casa y jugaremos todos juntos a ese juego de mesa tan divertido". ¿Cuál de los dos es el optimista? El primero, no. Es simplemente iluso o ingenuo, está falsificando la realidad o intentando cambiarla inútilmente en favor de un objetivo previamente establecido: el paseo en bicicleta. El segundo sí que lo es. Sabe que el paseo en bicicleta o los juegos son medios para un objetivo más importante: pasarlo bien juntos. Sabe sacar el máximo provecho de una situación con sus dificultades inherentes.
         

   Este es el verdadero optimismo que en educación es efectivo. Nuestros hijos son como son, con sus limitaciones, sus cualidades, sus carencias, sus habilidades, sus pequeños o grandes defectos ... No se trata de falsificar su realidad, ni de hacer una de color de rosa, sin querer ver las dificultades porque estas defraudan nuestras aspiraciones. Nuestra aspiración como educadores es ayudar a mejorar, con optimismo, convencidos de que es posible, que vale la pena intentarlo, centrándonos en la realidad presente y sin necesidad de hacer demasiado cábalas sobre el futuro.
            Con esta mentalidad convertimos en educativamente positivas todas las situaciones, incluso las más difíciles o aparentemente más conflictivas: dificultades económicas serias en la familia, la muerte de un pariente cercano, una enfermedad, un suspenso, el no acceder a los estudios deseados en la universidad ... Si sabemos afrontarlas con realismo y con optimismo, sacaremos algún beneficio: más maduración, más fortaleza, más unión familiar ...
            Hemos hablado de no hacer cábalas, de no avanzar resultados: de no hacer de profetas. En educación no es bueno. Esto no quiere decir que no se  tengan que hacer proyectos o establecer planes, pero la contemplación anticipada y excesivamente soñadora del futuro no es buena porque a menudo retrae de poner los medios necesarios y entonces no se cumplen las fantasías previstas, o si se cumplen, podemos darnos cuenta que no son tan buenas si no están integradas en un proyecto más amplio de persona.
            El primer padre del ejemplo decía: "Hará buen tiempo y sólo hay que esperar". No hacía nada más. Con una actitud semejante otro padre puede pensar "Mi hijo es muy estudioso e inteligente. Será ingeniero”. Pero, sin tener suficiente cuidado de la educación de la laboriosidad o de las verdaderas motivaciones para el estudio puede quedarse en el sueño que, como tal, corre el peligro de no realizarse, o bien realizarse y darse cuenta tarde que aquello no es lo único importante.
            Tener previsiones de futuro negativas (cuando se ve la botella medio vacía), tampoco es bueno, porque entonces se cumplen siempre. Si partimos de la base de que no hay nada que hacer, que ese defecto es imposible que lo supere, que no será capaz de alcanzar esa meta..., por desgracia, acertaremos.
            El optimismo debe llevarnos a actuar, a intentarlo siempre, partiendo, eso si, del conocimiento real de la situación. En la actuación hay que saber proponer objetivos a corto plazo, asequibles, aunque sin perder de vista el objetivo final. Un objetivo muy lejano sin concretar pasos más cercanos puede llevar fácilmente a la esterilidad o al desaliento: al pesimismo. Muchos ciclistas cuando suben un puerto de montaña, para ayudar a no desfallecer, se ponen como meta superar la primera curva, y cuando la han superado, la siguiente, y así, hasta llegar al final. En educación se debe hacer lo mismo. A veces se tendrán que proponer objetivos en los que está asegurado el éxito. De los fracasos, deberemos ayudarles a salir con optimismo realista y con el suficiente buen humor que permita encajar las derrotas con ganas de volver intentarlo.
            Los educadores, los padres también, necesitamos, como una característica imprescindible, el optimismo que es lo que llevará al necesario espíritu para luchar por la mejora personal.
            Deberíamos recordar para terminar, una cita de GKChesterton: "El optimista cree en los demás, el pesimista sólo cree en sí mismo".



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