Familia: 3 - Escuela de trabajo


           Escuela de trabajo


 Si la familia es el ámbito vital por excelencia, también lo es para enseñar a trabajar, Es la mejor escuela de trabajo. Tengo la convicción de que muchos de los problemas que los adultos encuentran en la realización de su trabajo, vienen de mucho más atrás de lo que suponen. De la primera infancia y la adolescencia, y en gran parte a través del ejemplo recibido en su propia familia, en primer término, y de la escuela, en segundo.
            El espíritu de servicio que se vive espontáneamente en una familia, la distribución de encargos, el sentir el hogar como cosa de todos y no como un hotel donde se va a comer y dormir sin ninguna obligación, el ejemplo de los padres en el trabajo dentro y fuera de casa, la valoración positiva que se hace de él, las virtudes que se han ejercitado desde pequeños, influyen de manera importante en cómo se planteará una persona el trabajo de mayor.
            Una manera de educar en el trabajo y también la responsabilidad de los hijos, haciéndoles sentir la familia y el hogar como algo suyo, es por medio de los encargos. Por otra parte, es también la manera de repartir el trabajo de la casa de modo que no recaiga todo sobre una única persona: la madre. Los encargos son pequeños trabajos de la vida diaria de un hogar que se pueden encomendar a los hijos. Podríamos distinguir tres tipos:

            Los que hacen referencia a sus propias cosas, como por ejemplo hacerse la cama, limpiarse los zapatos, tener en orden los juguetes, el escritorio, el armario ... Son de obligado cumplimiento y se trata simplemente de no retrasar su exigencia.
           
            Los que hacen referencia al funcionamiento del hogar en general y que pueden ser rotativos, como por ejemplo sacar la basura, poner y quitar la mesa, ir a comprar el pan, abrir la puerta, tender la ropa, barrer ...
           
Los ocasionales, como pequeños arreglos, colgar una cuadro, pintar una habitación ...
           
 Como muchas otras cosas, esta colaboración en las tareas del hogar es relativamente fácil iniciarla desde muy pequeños, y es más difícil empezarla de mayores. De pequeños, los niños desean ayudar, imitar lo que hacen los mayores. Con su curiosidad natural y nuestros elogios bastará para crear el hábito de participación en las tareas de casa. Aprovechémosla entonces y estimulémoslos, aunque a veces sea más fácil y mejor hacérselo uno mismo.

             Más adelante tendremos que ir inculcando el sentido del deber, no como una estricta obligación de hacer las cosas, sino como una conveniencia de prestar la ayuda necesaria para el bien de todos. De esta manera irán adquiriendo la responsabilidad de hacerlo y quizá sea, incluso, innecesaria una distribución de tareas demasiado concreta, porque muchas se realizarán espontáneamente.

            Debemos perder el miedo a dar responsabilidad a nuestros hijos. Cuanto más responsabilidad les demos, más adquirirán. No lo harán todo bien, pero irán aprendiendo. Es un error muy grande pretender ahorrarles trabajo, darles una vida más cómoda - porque podemos - que la que tuvimos nosotros. Calidad de vida no es comodidad vital o aburguesamiento. Un hijo sin responsabilidades en casa, tampoco las tomará el colegio, en el trabajo escolar, ni más adelante.
            Ver el hogar como un quehacer común es la mejor manera de implicarlos en la vida familiar y conseguir una unidad basada en la estimación mutua. Si no, corremos el peligro de que la confundan con un hotel donde se sólo se va a comer, dormir, ver la televisión... pero no a convivir. No es que tengan el deber de participar, sino que poseen el derecho a hacerlo. No se lo privemos.
           
Para conseguir el ambiente de colaboración, el padre es, muchas veces, un personaje decisivo. El espíritu de ayuda que se respira en una casa viene influido en gran medida por cómo el padre se integra en las tareas del hogar.
            Distribuir encargos entre los miembros de la unidad familiar exige un poco de organización. Controlar que se lleven a cabo requiere constancia y no desfallecer ante las primeras dificultades.
            La valoración positiva que los padres hacen del trabajo fuera de casa tiene una repercusión en los hijos. Si queremos que nuestros hijo tengan el trabajo como algo positivo, no podemos llegar a casa por la noche con cara de pocos amigos y quejándonos de él. Los hijos deben conocer el quehacer de sus padres que les explicarán en tono positivo detalles de su trabajo y así les ayudarán desde pequeños a valorarlo.
            El valor que se da al trabajo puede ser diferente según la idea que se tenga de persona.   El trabajo no es un castigo de Dios. Dios hizo al hombre para que con su trabajo participara en su obra creadora.
           
           Termino con unas palabras de San Josemaria Escrivá que dan idea exacta sobre lo que deberíamos enseñar a nuestros hijos acerca del trabajo.

“El trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Es vínculo de la unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener a la propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad, en la que se vive, y al progreso de la Humanidad.
            Para un cristiano, esas perspectivas se alargan y se amplían. Porque el trabajo aparece como participación en la obra creadora de Dios (...). Porque, además, al haber sido asumido por Cristo, el trabajo se nos presenta como realidad redimida y redentora: no sólo es el ámbito en el que el hombre vive, sino medio y camino de santidad, realidad santificable y santificadora.”




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