Familia: 2 - Escuela de amor

Escuela de amor 

        La mejor escuela para aprender a vivir es la familia.
            Es la mejor escuela, porque es el ámbito vital por excelencia. Lo es porque su función no se limita a una específica, como podría ser el estudio, el trabajo, la diversión, los derechos y deberes cívicos, etc., sino que englobando de alguna manera todas, su función es la vida en su sentido más amplio: vivimos y aprendemos a vivir en la familia.
            Por ello, la familia no es aburrida, es excitante porque es exigente, y es exigente porque está llena de vida. El hogar no es pequeño, la que es raquítica es el alma de algunas personas que no saben apreciar la riqueza de la vida familiar. "El hogar es mayor por dentro que por fuera", decía G.K.Chesterton. Por eso es la mayor aventura de nuestra vida.
            Un personaje conocido, al preguntarle en qué consiste una persona sana, madura e integrada a la sociedad, respondió: aquella que es capaz de amar y trabajar. Puede ser un buen resumen de las capacidades de la persona humana y por tanto un claro objetivo que debemos conseguir para nuestros hijos: que aprendan a amar y trabajar. Y como vivimos y aprendemos a vivir en la familia, debemos entender que la mejor escuela para aprender a amar y trabajar es la familia.
   

         El Santo Padre Benedicto XVI en la basílica de la Sagrada Familia de Barcelona nos decía estas palabras: "Desde siempre, el hogar formado por Jesús, María y José ha sido considerada una escuela de amor, oración y trabajo"
            Siguiendo el ejemplo de la Sagrada Familia tenemos que conseguir que nuestra familia sea, también, una escuela de amor, oración y trabajo, cumpliendo así una misión imprescindible para la formación de la persona, que revertirá positivamente en la sociedad.
            La familia cristiana añade, pues, un objetivo: la educación en la Fe, que repercute positivamente en la educación para el amor y para el trabajo. Podríamos decir, también, que la Fe es una parte, la más importante para los creyentes, de la educación para el amor.
            Pero centrémonos en la familia como escuela de amor. Dejaremos para otro momento, la familia como escuela de trabajo y su misión en la educación de la fe.
            La familia, como comunidad basada en el amor, es la mejor escuela y fuente de este amor que a través de ella se irradia a toda la sociedad.
En un mundo necesitado de convivencia pacífica, la familia se convierte en principal protagonista para la construcción de la paz. Es la paz y el amor de las familias que llevará la paz en el mundo. El hombre no puede vivir sin amar y ninguna parte, como en la vida familiar, puede aprender a amar y a darse generosamente, porque nada mueve tanto a amar como sentirse querido.
            La familia es una comunidad de personas donde reina la estimación gratuita, desinteresada y generosa. La estimación mutua entre los esposos se prolonga en la estimación los hijos. En ella las personas se aman por lo que son, no por lo que valen, sirven o son útiles. La familia nos la queremos, no porque sea la mejor, sino porque es la nuestra. En el seno de la familia sus componentes se quieren a pesar de sus defectos, se quieren con sus defectos. Es un afecto resistente a la decepción, que no depende de lo que se recibe a cambio, y, por tanto, es el más puro de todos los afectos.
            Esto convierte a la familia en una escuela permanente de amor. Si se comporta como la comunidad de amor que es, y en ella tiene lugar la comprensión, la tolerancia, el trato afectuoso y la solidaridad recíproca, todos sus miembros aprenden a convivir en paz y son capaces de transmitir esta convivencia pacífica y armónica en la sociedad. Así el mundo parecerá bueno y la primera reacción será, también, amarlo. Es la manera de orientar el espíritu hacia la generosidad y no hacia el resentimiento. Esta sensación sólo la tendrá quien se haya sentido rodeado de afecto y cariño desde los primeros años. En el seno de la familia es donde se crean las raíces afectivas.
            Todas las relaciones familiares deben estar impregnadas por el amor. Hay que crear un clima afectivo en la vida familiar y disponer de tiempo para compartir vivencias, teniendo en cuenta que tanto o más que la cantidad de tiempo que podemos dedicar debe valorar la calidad que se establece. Cuando un hijo se siente amado de verdad por sus padres, confía plenamente en ellos porque comprende que quieren lo mejor para él.
            En una familia se deben compartir las alegrías y las penas. Nada de lo que ocurre a alguno de sus miembros debe ser ajeno a los demás: el suspenso o el aprobado de una asignatura, el trabajo, los cumpleaños, los problemas ... Los padres fomentaremos que esto sea una realidad y que, entre todos, se ayude a aquel que más lo necesite, o bien se celebre el éxito de alguien.
            Compartir la vida es signo de amor, y hacerlo en el seno de la familia permitirá que cada uno se encuentre sumergido en un ambiente en que no sólo le quieren a él, sino que todos se aman entre sí.


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