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El juego: enseñar a vivir

El juego es una herramienta educativa necesaria. Para los niños es, desde muy pequeños, una necesidad vital que les permite aprender cosas y adquirir habilidades. La mayoría de los juegos ayudan al desarrollo de la inteligencia ya que se ha de aprender a planificar, hay que memorizar muchos detalles, hay que saber calcular posibilidades de acuerdo con las propias fuerzas, etc. Ayudan también al desarrollo de la voluntad porque requieren un cierto esfuerzo - en algunos, físico – y hay que reconocer y someterse a unas reglas, con lo que conlleva de ejercicio de madurez.

Para los padres y educadores es una posibilidad de conocerlos mejor y corregir aquellas actitudes que se ponen de manifiesto a la hora de jugar: faltas de concentración, trampas, egoísmos, ansiedades, etc., que no son buenas para un niño ni para el hombre que será más adelante. Se dice que la gente se la conoce en la mesa y el juego, y es verdad. Muchos aspectos y maneras de hacer se ven reflejadas en la manera de comer y jugar. 

Es importante enseñar el verdadero sentido del juego. Se podría pensar que el juego es simplemente un escapar de lo que podríamos llamar "vida seria" y de sus normas restrictivas. No es exactamente así porque lo que es distintivo en el juego ante esta "vida seria" no es la ausencia de normas o la falta de reglas. En el juego están igual y quizás, incluso, más claras y más precisas que en otras actividades. Lo que es realmente característico del juego es la tranquilidad, la confianza, la seguridad de que lo importante es la propia acción y no el resultado. Cuando en el juego nos jugamos algo, cuando se busca el resultado o la eficacia, ya no estamos jugando. Entonces se ha convertido el juego en una profesión,... o en un vicio. Si en el juego se busca fundamentalmente ganar, aparece la angustia y la frustración y estamos dando un sentido al juego que no tiene. En el juego siempre se gana porque la ganancia en el juego es la propia actividad confiada.

Esto es lo que hay que enseñar: el juego no es la ausencia de reglas sino el someterse confiadamente - el resultado no importa - a unas reglas objetivas. Si no se aceptan las reglas, se deja de jugar. Si se hacen trampas hemos estropeado el juego. A estas reglas del juego nos tenemos que someter tranquilamente, confiadamente, sabiendo que lo que vale es la acción, no el resultado, y poniendo, eso sí, todo el esfuerzo en la acción, pero un esfuerzo confiado.

Debemos reconocer que los mayores no siempre somos un ejemplo en el juego. A veces somos los que provocamos la ansiedad o el afán de protagonismo desmedido en nuestros hijos.

Es muy importante enseñar a jugar bien, porque es esencial para la vida. De hecho no creo que haya demasiada diferencia entre el juego y la que hemos llamado "vida seria". En la vida también debemos aceptar unas reglas o normas objetivas que nos vienen dadas por quien ha inventado el extraordinario juego de la vida, tenemos que hacer para conocerlas bien y someter confiadamente nuestras obras a ellas. Si hacemos trampas y nos inventamos nuestras propias reglas, perderemos el sentido de la vida.

Y, ¿el resultado? El resultado está, de alguna manera, en la propia acción bien hecha.

Jugar con los hijos y enseñarles a jugar bien es enseñarles a vivir.

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